Portada del libro «Future Superhuman: Our transhuman lives in a make-or-break century» (El Futuro Superhombre: nuestras vidas transhumanas en un siglo decisivo).

En su libro “Future Superhuman: Our transhuman lives in a make-or-break century” (Newsouth Publishing, 2022), la australiana Elise Bohan, investigadora en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oxford,argumenta que nos precipitamos hacia un futuro suprahumano o, si nos equivocamos, hacia nuestra extinción. Bohan infiere que los «sacos de carne con cerebro de simio» (así describe a los seres humanos) deben actualizarse con tecnología para enfrentar los desafíos del siglo XXI.

Su libro ofreció la oportunidad de un interesante debate con Mary Harrington , columnista de Unherd, la revista digital británica.

Harrington es una escéptica transhumanista, y considera que ya vivimos en una sociedad transhumanista en la que dependemos de la tecnología para satisfacer las necesidades básicas, pero que la experiencia ha sido bastante negativa.

«Esta era comenzó a mediados del siglo XX, con una innovación biomédica que cambió radicalmente lo que es ser humano en el orden social: la tecnología reproductiva. La píldora anticonceptiva fue la primera tecnología transhumanista: no se propuso arreglar algo que estaba mal en la fisiología humana «normal» (en el sentido de mejora de la medicina), sino que introdujo un paradigma completamente nuevo. Se propuso interrumpir la normalidad en aras de la libertad individual…».

«Casi todas las mujeres adultas en el mundo desarrollado han aceptado implícitamente la creencia de que la plena personalidad femenina adulta depende estructuralmente de tecnologías que interrumpen la fertilidad femenina normal. Y según la definición con la que comencé, eso convierte a casi todas las mujeres adultas en el mundo desarrollado en transhumanistas».

Harrington señala que la tecnología, a pesar de sus promesas liberadoras, es un bien escaso que se rige por la regla del mercado «Y donde la tecnología se usa para «liberarnos» del tipo de datos reales y dados, como la fertilidad femenina normal, que antes eran manejados, pragmáticamente, por normas sociales o legales, lo que la reemplaza no es una ‘persona’ humana libre de ‘naturaleza’. ‘ sino un mercado en el que esa ‘naturaleza’ se convierte en un conjunto de problemas de oferta y demanda…»

«Ya estamos bien entrados en la era transhumanista. Pero la historia hasta ahora sugiere que, lejos de ofrecer una utopía, lo que ofrece principalmente es una mercantilización del cuerpo humano que beneficia desproporcionadamente a quienes ya tienen poder y privilegios».

Harrington también señala que el transhumanismo es incompatible con el humanismo clásico. Si el transhumanismo prevaleciera, habría una revolución cultural y ética masiva: «No se puede tener transhumanismo sin desechar el humanismo. Y si las personas son simplemente «sacos de carne con cerebro de simio», como describe Elise, que necesitan urgentemente una mejora, ¿qué posible razón podríamos tener para oponernos a un mercado de órganos humanos? ¿O al infanticidio? ¿O a manipular genéticamente a las masas para que sean más dóciles? Todo esto sólo es incompatible con una antropología humanista».

La despectiva y cruda descripción de la persona humana que hace Bohan en su libro, define perfectamente la antropología que subyace en este movimiento. Para un transhumanista radical el hombre y la mujer son únicamente máquinas biológicas imperfectas que “debemos” mejorar y potenciar mediante la ciencia y la técnica. E incluso, al final, sustituir esa parte biológica, por considerarla limitada y vulnerable. Como sucede en otras ideologías — el ecologismo radical, el animalismo, el especismo—, podríamos decir que se trata de la exaltación de esa parte de lo humano; y, por tanto, el transhumanismo olvida una dimensión muy importante del ser humano, que es la dimensión espiritual. El transhumanismo es materialista, mecanicista y reduccionista. Considero que la doctora Elena Postigo Solana, experta en transhumanismo, estaría bastante de acuerdo con que ya estamos en una época transhumanista, así como con las objeciones de Harrington. Entrevistada por José María Sánchez Galera, a la pregunta de si existe una relación conceptual o filosófica entre transhumanismo e ideología de género, que ya está implantada en numerosos lugares del mundo, contestó:

«Estoy completamente de acuerdo con los autores que sostienen esa tesis; es algo que han manifestado muchos autores. Hay vasos comunicantes, pues el transhumanismo y la ideología de género son manifestaciones o fenómenos del mismo sustrato antropológico. Yo diría que comparten la misma fundamentación antropológica e incluso, si me apuras, metafísica, o de ausencia de metafísica. ¿Y cuál es? La desaparición de la noción de naturaleza humana, es decir; en el momento en que desaparece la naturaleza humana como algo dado, como algo dado por un creador —desde la perspectiva cristiana—, y esta se convierte en autoconstrucción —ya sea en términos de autoconstrucción de género, ya sea en términos de autoconstrucción mediante la ciencia y la técnica para llegar al posthumano—, estamos ante lo mismo, ante una naturaleza fluida que no es algo dado, que es fluctuante y cambiante. Por tanto, estaríamos hablando de lo mismo; hay vasos comunicantes».