Soledad. Foto: Hlib Shabashnyi

Soledad. Foto: Hlib Shabashnyi.

Ana Zarzalejos Vicens. ACEPRENSA.

¿De verdad hay gente que está tan sola?

Ahora, el adjetivo “solo” se ha convertido en un apellido común en estas sociedades del siglo XXI: madres solas, menores migrantes solos, mayores solos, enfermos solos, jóvenes solos…

La soledad ya no es patrimonio exclusivo de ningún grupo, y así lo señalan los datos más recientes de los países europeos.

Los recogidos en España estiman que el 23% de encuestados se sienten solos durante todo el día. Y en el conjunto de la Unión Europea, se calcula que unos 30 millones de personas se sienten solas con frecuencia.

La soledad no deseada aumenta entre los adolescentes y jóvenes y también entre las personas mayores. Sin embargo, los estudios recientes van indicando que este fenómeno es más frecuente entre las personas jóvenes, según los datos de 2023 recogidos por el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada.

La soledad se puede ya hasta palpar. Los apartamentos y pisos de una sola habitación están en alza y los patinetes eléctricos individuales sustituyen al monovolumen para toda la familia. Así, el nuevo urbanismo y la nueva movilidad hacen tangible una realidad que está cada vez más extendida.

 La cara más visible de la soledad

Quizá la soledad en los mayores es la más conocida. La imagen del anciano que vive solo y que sale de casa (si es que puede) exclusivamente para ir a por el pan y pasarse por la farmacia habita en el imaginario colectivo.

No se trata, en la mayoría de los casos, de achaques de misantropía asociados a la edad. Las causas suelen ser otras. En primer lugar, los problemas de salud relacionados con la vejez pueden limitar mucho la movilidad y las interacciones sociales que se tienen a lo largo del día.

Por otro lado, el paso de los años conlleva la inevitable muerte de los familiares, amigos y allegados, por lo que la persona va perdiendo cada vez más relaciones cercanas.

Además, la creciente tecnologización de la vida crea una esfera pública que va expulsando cada vez más a las personas mayores de la vida en común. No es que no puedan usar un teléfono móvil o ponerse una serie en Netflix, sino que realizar cualquier trámite administrativo es una pesadilla que les hace sentirse menos autónomos de lo que son y muy solos en una sociedad con cada vez menos atención presencial.

Las causas de la soledad son diversas y hablan de una sociedad de vínculos frágiles y que prioriza la productividad por encima de los cuidados

 A esto se le suma que el modelo de familia ha ido cambiando y cada vez más personas llegan a la vejez sin pareja. También es menos frecuente que los mayores vivan en casa de sus hijos, en parte porque está aumentando el número de los que no los han tenido.

Por último, la soledad de los mayores se ve también acrecentada por un modelo de sociedad que valora al individuo por su capacidad productiva y que rechaza el deterioro del cuerpo humano.

«¿Cuántos impactos publicitarios de productos antiarrugas y antiedad recibimos al cabo del día, por ejemplo? Todo eso, al final, va alimentando nuestro imaginario colectivo y, sin querer, excluimos de nuestra vida todo lo que tenga que ver con la vejez», explica José Ángel Palacios, coordinador de Comunicación de la Fundación Grandes Amigos, que acompaña a las personas mayores y las atiende en sus necesidades.

 Enfermos y dependientes

La misma dinámica afecta a todas las personas dependientes y, de hecho, tener una enfermedad o una discapacidad es un factor de riesgo para quedarse solo.

Las dificultades para conciliar, el coste económico que supone mantener los cuidados que requieren las personas con dependencias a largo plazo y la aversión a todo lo que nos recuerde que no somos individuos autónomos y capaces de todo, agravan este fenómeno de soledad.

Marimar y Víctor lo han vivido así desde que su hijo César fue diagnosticado con una enfermedad rara. El poner nombre a lo que sufría César fue el primer paso hacia el aislamiento, porque cuando tu hijo tiene un trastorno que no padece nadie más y que no sale en los anuncios de las fundaciones, te faltan referentes en los que apoyarte.

Desde ahí, el viaje para garantizarle a César los mejores cuidados ha sido una auténtica batalla marcada por la sensación permanente de que estaban solos, según explican a Aceprensa.

Víctor ha dejado su trabajo y se encarga de César en el día a día, es capaz de cambiar la sonda traqueal mejor que muchos médicos, y cuando su hijo pasó el covid-19 en el peor momento de la pandemia, se ingresó a solas con él en la UCI durante más de un mes.

En definitiva, la vida de Víctor y Marimar está volcada hacia el hogar y les deja poco tiempo para descansar, socializar o incluso trabajar.

En el Hospital de Cuidados Laguna, en el que atienden a César de forma gratuita desde hace unos años, han encontrado un respiro de esa intensidad y, sobre todo, el acompañamiento que necesitaban, tanto en los profesionales del centro como en las demás familias que se encuentran en una situación similar a la suya.

 Discursos posmodernos que aíslan a los jóvenes

Y si todo eso es lo que provoca soledad, ¿cómo explicar la que padecen tantos jóvenes? A ellos, que son nativos digitales, que disfrutan de buena salud y dominan la cultura de la imagen en la que han crecido inmersos, ¿qué les hace sentirse expulsados de esta sociedad?

Ay, es que la soledad puede adoptar rostros y formas muy diversos.

Ser adolescente o joven siempre ha estado marcado por un plus de incertidumbre y una tendencia natural a sentirse incomprendido por el mundo en el que están intentando hacerse un hueco. Pero algunas circunstancias actuales complican algo más esta experiencia universal.

En primer lugar, los jóvenes se ven bombardeados por discursos que equiparan felicidad a bienestar. Y ese bienestar, cuanto más individual sea, mejor.

Los jóvenes sienten la presión de que sus vidas sean tan perfectas como las de las redes sociales y han perdido capacidad para desarrollar relaciones sanas

 Es, tal y como explica el filósofo Gregorio Luri a Aceprensa, la gran paradoja de una sociedad que ha hecho de la autonomía su religión laica. «Resulta que después, cuando la tenemos, nos pesa la soledad», reflexiona.

Las redes sociales suelen ser señaladas como las grandes culpables de muchos problemas de los jóvenes y del aislamiento en particular.

«Nuestras vidas tienen muy poco que ver con las imágenes que continuamente está presentando la sociedad sobre sí misma», reflexiona Luri.

Al final, si lo que un usuario ve constantemente en las redes son vidas inmaculadas y perfectas, no es de extrañar que mire la suya propia, llena de limitaciones, y se pregunte qué está haciendo mal.

De hecho, términos como el de #FOMO (miedo a perderse algo, por sus siglas en inglés) solo tienen sentido en esta sociedad digital y han sido alumbrados por la experiencia de aislamiento en redes sociales.

La distorsión de la amistad

Si le preguntas a un joven, te explicará que la soledad generada por las redes sociales va mucho más allá. María Pulido, estudiante de último curso de Enfermería, señala que la digitalización de las relaciones ha transformado el concepto de amistad hasta vaciarlo. «Parece que con un mensaje o con una foto ya está cubierta la amistad», lamenta.

En un mundo que tiene la gratificación instantánea como su oferta principal, Pulido reivindica que las relaciones verdaderas son lo que calma la soledad y, para conseguirlas, se necesita tiempo. «La peor soledad que existe es la que tienes cuando estás rodeado de personas», asegura.

Lo mismo mantiene Juan de Haro, psicólogo clínico especializado en terapia familiar y de pareja, que señala que la soledad no es la ausencia de relaciones, sino la experiencia de que uno puede resultar herido por sus interacciones con el otro.

En una sociedad que propone la sensación y el placer como la medida de la felicidad, la huida del sufrimiento, inevitable cuando hablamos de relaciones interpersonales, está a la orden del día.

Por eso, De Haro se dedica a la soledad más contradictoria que existe: aquella que se da dentro de una relación, ya sea romántica o en la familia.

En un marco de miedo a mostrar la vulnerabilidad y a que el propio dolor no sea reconocido, “vemos muchos adolescentes que vienen a terapia solos y no quieren que sus padres lo sepan”, explica.

Por último, los jóvenes de hoy en día tienen la particularidad de contar con biografías líquidas. Este término, que hace referencia al famoso concepto de “vida líquida” acuñado por el filósofo Zygmunt Bauman, ha sido propuesto por el sacerdote jesuita y sociólogo José María Rodríguez Olaizola.

Olaizola aborda la cuestión en su libro Bailar con la soledad y explica, en una entrevista para Aceprensa, a qué se refiere con este término.

«Una de las soledades contemporáneas más novedosas tiene que ver con la pérdida de lo generacional, con lo que yo llamo biografías líquidas», señala. «Hasta hace bien poco había muchos elementos generacionales que hacían que toda la gente de una misma edad y de contextos parecidos pasara por las mismas experiencias al mismo tiempo. Había una edad para parecer joven, una edad para casarse, una edad para tener hijos…», reflexiona.

Sin embargo, estos elementos de cohesión ya no existen, y los jóvenes se enfrentan a un contexto en el que les cuesta cada vez más encontrar a un semejante, lo que agudiza su dificultad para “identificarse con el otro, conocerse y reconocerse”.

«El proceso de llegar a conocer al otro es mucho más arduo», sostiene Olaizola.

Así, las relaciones en la vida real se complican y las redes sociales se llenan de descripciones de uno mismo en la bio que buscan un match a toda costa, aunque sea online.

La buena soledad

Lo que queda claro es que la soledad puede ser una experiencia subjetiva, aunque las circunstancias de alrededor no lo delaten. Y que, en cualquier caso, si no es deseada, causa un gran sufrimiento.

Sin embargo, no es todo negativo cuando hablamos de la soledad.

Gregorio Luri rompe una lanza a favor de aprender a convivir con uno mismo y, sobre todo, habla de las bondades del silencio.

De hecho, fenómenos como la vuelta a lo rural o el deseo, cada vez más creciente, de desconectar de las redes sociales se leen en ese marco.

Ante un escenario de ruido, de hiperconexión y que tienta al consumidor con una aparente oferta ilimitada de posibilidades, hay personas que eligen retirarse allí donde el bombardeo no es constante y donde las relaciones pueden (no necesariamente, y sin ánimo de idealizar la experiencia rural) volverse más cercanas.

El Estado, ¿culpable y/o responsable?

Pero ¿qué hacemos con los que no desean la soledad? ¿Debe el sistema ocuparse este problema? Es más, ¿puede?

Si escuchamos a Pilar Campos Monfort, jefa de enfermería del Hospital de Cuidados Laguna, la respuesta es que, en parte, sí.

Campos es clara: «los familiares de personas dependientes necesitan más recursos para poder atenderlas sin que les consuma la vida y la salud a ellos».

Es decir, cuando la soledad está provocada por la marginación de los cuidados en favor de un modelo de individuo productivo e independiente, sí que es responsabilidad del sistema reequilibrarse y velar para que “bienestar” no sea un término vacío que equivalga solo a opciones de consumo.

“Lo que no te puede proporcionar el Estado es estar con otras personas” (Zygmunt Bauman)

 En la cuestión de la vejez es quizá donde hay más concienciación sobre este tema. En España, algunas comunidades autónomas ofrecen programas para paliar la soledad en la edad avanzada.

En Francia también se está discutiendo una estrategia conocida como el “buen envejecer” para acompañar las necesidades de los mayores. El proyecto ha recibido críticas por considerarse una propuesta vacía que no ofrece respuestas reales al problema del aislamiento social. Como siempre, hay una reivindicación de que el Estado tiene que ocuparse más.

Y no es que no haya intentos. En Reino Unido, por ejemplo, se creó en 2018, bajo el gobierno de Theresa May, un departamento específico para abordar el problema de la soledad.

En Japón también existe un Ministerio de la Soledad y el Aislamiento. Tetsushi Sakamoto, ministro responsable de esta cartera, aseguró que los lazos sociales se habían debilitado y que, desde su cargo, lucharía por revertir la tendencia que ha hecho que la soledad sea un grave problema de salud pública en el país.

A pesar de todo, Gregorio Luri y Jose María Olaizola se muestran escépticos ante la idea de que el sistema pueda hacer mucho más en la cuestión de la soledad y creen que la responsabilidad individual juega un papel más importante.

Como dice Zygmunt Bauman en La teoría sueca del amor, el famoso documental que trató la soledad y el individualismo en el país nórdico: «Lo que no te puede proporcionar el Estado es estar con otras personas».