
Problemas éticos y errores en la donación de gametos. Foto: Shutterstock.
El deseo de tener un hijo y la constatación –en ocasiones– de que hay obstáculos biológicos para ello hace que parte de las mujeres en esta situación opten por someterse a un proceso de fecundación in vitro (FIV). Solo en España se efectuaron, en 2021, más de 165.450 ciclos de este procedimiento, casi un 12% más que en 2019, según datos aportados por la Sociedad Española de Fertilidad a finales de 2023.
Hay cierta “masividad” porque ¿qué podría salir mal en un proceso que se ha ido “descomplicando” gracias a los avances tecnológicos? En principio es sencillo: con los gametos aportados por el varón (bien la pareja, bien un donante externo) se fecundan los óvulos extraídos de la futura gestante (u otros de donación). Posteriormente, de los embriones obtenidos, se implantan uno o varios en el útero –en España pueden ser hasta tres, según la ley–, y el resto se queda durmiendo el frío sueño eterno en un banco de crioconservación, a la espera de su destrucción (o de su implantación, en contadas ocasiones).
Sí: hay consecuencias negativas de la FIV –y problemas éticos– en esta etapa, pero también puede haberlos en el necesario paso previo: el de la donación de esperma. Por una parte, porque, en ocasiones, el manejo del material no está a salvo de accidentes y de la posibilidad de originar escenarios no buscados. En 2023, por ejemplo, una pareja denunció al Servicio Andaluz de Salud (SAS) cuando descubrió mediante una prueba de ADN que su hijo, nacido en 2021, era hijo biológico de la mujer, pero no del hombre que figuraba como su padre.
Según el abogado de ambos, el hallazgo mostraba “objetivamente” que se había incurrido en un “grave error” por parte del personal sanitario “en el manejo de la muestra de semen del hombre durante el proceso de fecundación”. Como resultado, según la asociación El Defensor del Paciente, el padre nominal estaba sufriendo “un gravísimo e irreparable daño moral”, al que habrá que añadir, en el futuro, que “en algún momento de la vida del niño, este descubrirá la verdad, lo que acarreará un incalculable impacto emocional y personal añadido para ambos”.
Si este puede ser el resultado de un error involuntario en una FIV, cabe preguntarse qué dejarán tras de sí las manipulaciones intencionales de las muestras y la ausencia de límites –o la manga ancha– respecto al número de donaciones.
“He dormido con mi medio hermano”
El mes pasado, CNN publicó un extenso reportaje sobre irregularidades y fraudes detectados en procesos de fecundación en EE.UU., un país donde las personas concebidas mediante esa técnica superan el millón.
En EE.UU., los casos de fraude en FIV suelen cerrarse con arreglos extrajudiciales: compensaciones monetarias y acuerdos de confidencialidad.
La cadena informativa cita una frase con la que algunas de sus fuentes describen la situación en el mundillo de la FIV: el “salvaje Oeste”. Lo sería por la ausencia de una regulación específica del procedimiento o de mecanismos para penalizar a los que cometan fraude. Según se explica, solo dos estados, California e Indiana (este último, solo desde 2019), han aprobado normas que consideran delito grave los engaños en procesos de FIV, y los castigan en consecuencia.
En el resto del país, la tendencia es irse de rositas. Ahora mismo hay más de 30 médicos acusados de haber utilizado fraudulentamente su propio esperma para fecundar los óvulos de sus pacientes (algunos medios hablan de hasta 80 doctores en esa situación). Pero contrariamente a lo que se debería esperar –que los infractores fueran a juicio y terminaran tras las rejas–, los casos suelen saldarse con arreglos extrajudiciales: dinero para los afectados y acuerdos de confidencialidad. Nada de esto, por cierto, impide que los facultativos en cuestión continúen ejerciendo la profesión y practicando procesos de FIV.
Algunos casos darían para tramas cinematográficas. Como el de Victoria Hill, de 39 años, quien vive en un pueblo de Connecticut. Casi que, por diversión, Hill compró un test de ADN, se tomó una muestra y la envió a una empresa especializada en genómica. Según el resultado, tenía parentesco por parte paterna con otros 22 individuos, contemporáneos suyos. Tirando del hilo, Hill pudo llegar hasta el padre biológico de todos: el endocrinólogo Burton Caldwell, y se encaró con él. Quiso ir a más, y se planteó llevarlo a juicio, pero los abogados a los que contactó la convencieron de que la demanda quizás no tendría mucho recorrido.
Pero daños ha habido. Uno de los descubrimientos de Hill a partir del test la horrorizó: en una reunión de antiguos amigos, uno de los participantes –antiguo novio suyo en secundaria–le oyó contar su historia sobre la prueba genética, y días después, le envío una imagen del resultado de la que él también se había hecho. “Eres mi hermana”, le escribió, y ella hizo memoria. “He dormido con mi medio hermano”, lamentó ante el micrófono de CNN.
Cien hijos, seiscientos hijos, mil…
El del hoy jubilado Dr. Caldwell –que tuvo el cuajo de preguntarle a una de sus reclamantes “si había salido inteligente” y “cuántos nietos le había dado”– es solo uno de los casos que se han publicado de profesionales tramposos.
También de EE.UU. es el Dr. Donald Cline, cuyos fraudes, cometidos entre los años 70 y 80, no se descubrieron hasta 2014, cuando una joven se sometió a una prueba de ADN y empezó a rastrear su origen –al médico se le reconoce la paternidad de 94 personas nacidas en Indiana en esas décadas–. Y está igualmente el caso del Dr. Marvin Yussman, ginecólogo de Kentucky, que había actuado del mismo modo con media docena de pacientes y que tuvo ya una demanda en 2019 por engaño en una FIV de 1975. “Solo en muy raras ocasiones en que no se presentaba el donante y no había disponibles gametos congelados, usaba mi propio esperma”, se justificó.
Este “pseudoaltruismo genético” ejercido por personal de bata blanca deja también víctimas fuera de las fronteras de EE.UU. Un artículo de la Dra. Barbara Pfeffer Billauer, publicado en la web del American Council on Science and Health, recuerda los casos del Dr. Jos Beek, padre de 21 muchachos nacidos entre 1973 y 1986, en Holanda. Su “hazaña” es nada, comparada con los 226 demandantes (de ellos, 100 hijos) que se querellaron contra el médico canadiense Norman Barwin, quien prefirió soltar unos 10 millones de dólares para calmar los ánimos. Beek y Barwin quedan muy atrás, sin embargo, del Dr. Bertold Wiesner, que ayudó a concebir unos 1.500 niños en una clínica londinense. En 2007, pruebas genéticas demostraron que al menos 600 de ellos podían llevar sin problemas el apellido del médico.
Pero fuera de las consultas también aparecen con cierta frecuencia unos Robin Hood de la donación de esperma, tal vez convencidos de que tienen “en exclusiva” la misión de poblar el mundo. El New York Times ofrece uno de los casos más sonados y recientes: el del joven holandés Jonathan Jacob Meijer, quien no solo ha donado en varias clínicas de fertilidad en Países Bajos, sino que ha estado inscrito en un banco internacional de gametos –Cryos– que no pone un límite de veces. Para coronar su celo procreador, Meijer se ha anunciado también en una web que conecta a donantes e interesadas, y ha quedado con ellas en plena calle para entregarles el “material” y cobrar, que de eso se trata: unos 160 euros por muestra.
Según lo que pudieron averiguar las autoridades sanitarias neerlandesas, el joven ya iba en 2017 por los 102 hijos, pero la Dutch Donor Child Foundation, institución que da apoyo a aquellas personas concebidas por FIV que desean conocer sus orígenes, ha calculado que, según sus patrones de procedimiento y frecuencia, el Holandés Donante ya sería padre de unos 1.000, distribuidos entre su país y otros como México, EE.UU., Dinamarca, Ucrania, Italia, Alemania…
Imponer límites (o solo sugerirlos)
Para evitar casos como el de Meijer y dificultar que miembros de la misma prole coincidan en sitios de menor o mayor densidad poblacional, algunos países establecen límites a las donaciones de esperma.
En España, la Ley de Reproducción Asistida, de 2006, establece que “el número máximo autorizado de hijos nacidos en España que hubieran sido generados con gametos de un mismo donante no deberá ser superior a seis”. Esto, se entiende, abarca toda la geografía nacional: serían solo seis individuos que se disolverían en una masa de 47 millones. Para controlar que nadie se extralimite –o al menos para intentarlo–, los donantes deben informar si ya han donado previamente, la fecha precisa y el hospital o clínica donde lo han hecho.
La Sociedad de Medicina Reproductiva de EE.UU. (ASRM) “sugiere” que no se sobrepasen los 25 hijos por donante de esperma en poblaciones de 800.000 personas
En otros países, en cambio, los límites de donaciones según la densidad demográfica son más amplios. Según cifras ofrecidas por el sitio Sperm Donor Hub, la normativa noruega le permite a un hombre donar gametos para generar hasta ocho hijos (entre 5,5 millones de habitantes); la danesa, hasta 12 (entre casi 6 millones); la alemana, hasta 15 (entre 83 millones), la holandesa, 25 (entre 17,5 millones)…
Por su parte, la Sociedad de Medicina Reproductiva de EE.UU. (ASRM) simplemente “sugiere” –no hay ley federal al respecto– que no se sobrepasen los 25 hijos por donante en poblaciones de 800.000 personas. Llevado esto a escala madrileña, imagine que por las calles de tres de los distritos más poblados de la ciudad caminan ahora mismo 25 jóvenes pletóricos de hormonas y que no se conocen de nada. No es que al menos dos tengan inexorablemente que conocerse, enamorarse, engendrar… “Pero ¿y si sí?”, que diría un humorista.
La ASRM prefiere que todo límite se mantenga, efectivamente, en “modo sugerencia”, no como ley. “Si vamos a decir que solo deberías poder tener 50 hijos, está bien, pero eso debería aplicárseles a todos, no solo a los donantes de esperma”, advirtió al New York Times una fuente de la asociación en 2021. Su reacción es lógica, porque la industria de la reproducción asistida hace caja con las FIV, y más desde la legalización del matrimonio gay en 2015, toda vez que el 60% de los clientes de los bancos de esperma son parejas de mujeres; otro 20%, mujeres solteras, y el 20% restante, parejas heterosexuales.
¿Agradecida? ¿De qué?
Unos engañan, otros promueven, otros tratan de poner límites… ¿Y qué hay de los afectados? No se puede decir que el descubrimiento de la verdad les haya alegrado la existencia. Victoria Hill, la mencionada hija del Dr. Caldwell, asegura en la web del U.S. Donor Conceived Council estar viviendo una pesadilla y un profundo trauma.
“Si mi exnovio y yo hubiéramos estudiado en la misma universidad, probablemente nos habríamos casado y habríamos tenido hijos, para luego descubrir que éramos hermanos. Incluso después de separarnos, nos veíamos en las bodas de nuestros amigos y siempre había una conexión entre nosotros. Si uno de los dos no hubiera estado con otra persona en esos momentos, podríamos haber vuelto a conectar”.
“Siempre ha existido y existirá –añade– una fuerte atracción mutua, que ahora resulta muy perturbadora, pero que no se puede apagar. Este descubrimiento tardío también nos aleja de todo lo que compartimos y de lo que podría haber sido si lo hubiéramos sabido antes, o si no lo hubiéramos sabido”.
Tampoco se consuela Susan Crowder, paciente del Dr. Yussman en 1975 –y quien lo llevó a juicio–, con el razonamiento de algunos de que, en cierta medida, tendría que estarle agradecido por la hija tan maravillosa que puso en su vida. “No entiendo ese argumento –dice–. Esa no es la cuestión. A ninguna víctima de violación se le diría eso”.
Y está, claro, la desconfianza, que termina grabándose a fuego. A Jamie LeRose, de 23 años, residente en New Jersey, no la abandona desde que se enteró de que tenía unos 150 hermanos, hijos de un mismo donante de esperma (que no era médico). “No quedo nunca con gente de mi edad –asegura a CNN–. No puedo hacerlo. Miro a alguien de mi edad y automáticamente no me atrae, porque me digo que podría ser mi hermano”.
Porque no, ninguna alegría se comparará con la de ver crecer la panza, ir a comprar la cuna, prepararse para el gran día… Pero si, entremedias, alguien ha jugado a ser Dios, el descubrimiento del engaño puede desdibujar para siempre la sonrisa del principio.
Aclaración de AGABI: Hay que tener en cuenta que la FIV seguiría siendo inaceptable, aunque los espermatozoides fueran del hombre que quiere tener un hijo y que luego hará las veces de padre. No vayan a pensar los lectores que solo está mal en caso de médicos corruptos que tienen montones de hijos.
En España deberían poner fin al anonimato de los donantes de óvulos y espermatozoides
Tienes muchas razón, Ana.
Cordialmente,
Ángel