Olivia Maurel y Bernard García-Larrain en el exterior de la sede de la ONU en Nueva York.

Olivia Maurel y Bernard García-Larrain en el exterior de la sede de la ONU en Nueva York.

María Candela Temes. ACEPRENSA

Olivia Maurel tiene 32 años y reside con su familia en el sur de Francia. Está casada y tiene tres hijos. Haciendo scroll en su perfil de Instagram, sus fotos transmiten la imagen de una familia joven, moderna, casi idílica. Da la impresión de que su vida es un camino de rosas, pero basta escuchar su historia para descubrir las sombras con las que ha tenido que lidiar y las cicatrices que lleva impresas en su cuerpo y en su alma.

Desde niña, Olivia percibió su incapacidad para establecer relaciones sanas: era posesiva y a la vez arisca, hería a quien más amaba y lo hacía, paradójicamente, por el pánico a sufrir el abandono. Durante la adolescencia padeció trastornos depresivos y tuvo varios intentos de suicidio. Al mismo tiempo, había piezas en el puzzle de su vida que no terminaban de encajar: su madre era mucho mayor en edad que las madres de sus compañeros de pupitre, no lograba adivinar qué rasgos de su físico o su carácter había heredado de ella… y la duda sobre sus orígenes fue ganando peso.

Al cumplir 30 años, su suegra le hizo un regalo original: un test genético. Cuando obtuvo los resultados, su mundo se derrumbó. Pero solo así, aclarados tantos interrogantes y confirmadas tantas sospechas, pudo cimentar su historia sobre su verdadera identidad. Olivia descubrió que su madre legal no era su madre biológica, y que había sido concebida y dada a luz mediante la técnica de la subrogación. Dos años después, ha logrado saber el porqué de sus miedos y hacerles frente, conocer sus orígenes genéticos y a parte de su familia biológica, y convertirse en abanderada de un movimiento internacional que aboga por la abolición de los vientres de alquiler.

Enarbolar esta bandera ha tenido sus costes: sus padres no le perdonan haberse visto acusados por lo que hicieron. Su perfil de Instagram se ha llenado de seguidores y mensajes de apoyo, pero también -empleando la jerga de las redes sociales– de haters. Y es que, como ella misma reconoce, la causa que defiende se reviste también de paradoja: Olivia se rebela contra una técnica gracias a la cual está viva.

Un abanico de matices e interrogantes

Desde sus orígenes en Estados Unidos hace casi 50 años –se considera que el primer caso de subrogación médica se realizó en Michigan en 1976–, la gestación subrogada se ha ido extendiendo progresivamente por los cinco continentes. Esta técnica presenta una amplia paleta de tonos de gris, no sólo en cuanto a su aplicación –tradicional o gestacional–, o a sus motivaciones –comercial o altruista–, sino también por la ausencia de una legislación global que regule o especifique su uso. Aunque sólo está permitida en un número reducido de países, y existe un espectro legal que va desde su prohibición hasta una reglamentación detallada, lo cierto es que el fenómeno de la globalización ha permitido que hoy en día –como muestra el documental Google Baby (2009)– el bebé de una pareja israelí sea concebido gracias a la compra del óvulo de una mujer de Estados Unidos y gestado por una madre de alquiler en la India. Por no hablar de las implicaciones morales o éticas y jurídicas que se escuchan en el debate público en torno a esta cuestión: ¿Existe el derecho a tener un hijo?, ¿es exclusivo de las parejas fértiles?, ¿el cuerpo de una mujer puede ser objeto de un arreglo comercial?, ¿y si la gestante lo hace motivada por una finalidad altruista?, ¿la vida de un niño es un acto privado, o un acto comunitario que interesa a toda la sociedad?, ¿se debe reconocer a este niño el derecho a saber sus orígenes?

La práctica de la maternidad subrogada “se ha prolongado durante demasiado tiempo” ante la inacción internacional

En palabras de Olivia Maurel, “esta práctica se ha prolongado durante demasiado tiempo, sin que se hayan tomado medidas concretas a escala internacional”. Y es en respuesta a esa inacción donde tiene su origen la llamada “Declaración de Casablanca”.

La “Declaración de Casablanca”

La propuesta de crear una convención internacional por la abolición de la maternidad subrogada nació en Casablanca (Marruecos), en marzo de 2023. Un grupo de académicos y juristas se reunió allí para dar forma a la llamada “Declaración de Casablanca”, un texto con carácter de solicitud firmado por 100 expertos de diversas disciplinas –abogados, filósofos, sociólogos, médicos o psicólogos– y de 75 nacionalidades. El objetivo de la declaración es comprometer a los Estados a adoptar medidas contra la maternidad subrogada en todas sus formas y modalidades, ya sea remunerada o no. Como afirma el abogado chileno-francés Bernard García-Larraín, coordinador de la iniciativa, “no son los únicos ni los primeros que se han comprometido a hacer frente a esta práctica, sino que tratan de agrupar de forma transversal, universal e interdisciplinar a personas y grupos con el mismo sentir sobre la subrogación”.

El grupo se reunió por segunda vez en Roma, a inicios de este mes, con la finalidad de lograr nuevos apoyos y situar el tema en la agenda de los medios. El encuentro en la capital italiana congregó a políticos (como Eugenia Roccella, ministra italiana de Familia), a representantes del Vaticano (abrió las jornadas Miroslaw Wachowski, un alto cargo de la Secretaría de Estado) y de organismos internacionales (como Reem Alsalem, Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la violencia contra mujeres y niñas), así como a académicos y a exponentes del feminismo (a destacar, varias autoras europeas: la sueca Kajsa Ekis Ekman, la alemana Birgit Kelle, la austríaca Eva Maria Bachinger o la inglesa Julie Bindel). Un espectro amplio de ideologías, recorridos y visiones del mundo, de la derecha más conservadora al radicalismo de izquierdas, de Suecia a Nigeria, para denunciar un método que, según sus detractores, atenta contra los derechos fundamentales y la dignidad humana.

Un aliado en Roma

Olivia Maurel se declara feminista y atea. Sin embargo, ha encontrado en el Papa Francisco a un influyente aliado. La activista fue recibida por el Romano Pontífice en una audiencia privada el 4 de abril, junto a su marido y a algunos de los impulsores de la Declaración, como respuesta a la carta que ella escribió al Papa en diciembre del año pasado, donde compartió con él su historia personal. Aseguró después que Francisco se mostró empático, preocupado y muy informado sobre la cuestión. El Pontífice se ha referido en numerosas ocasiones a la subrogación como un “negocio global”. En palabras de Maurel, “este mercado generó en 2022 un beneficio económico de 14.000 millones de dólares y se estima que en 2032 ronde los 129.000 millones de dólares”.

El Papa ha criticado reiteradamente el “negocio” de la subrogación, y la reciente “Dignitas Infinita” destaca el daño que hace a la dignidad humana

Ya unos meses antes, el 8 de enero de este año, el sucesor de Pedro había hecho un llamamiento a los Estados para promover una declaración universal que frene la subrogación. Fue durante el tradicional discurso a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Dijo entonces con rotundidad: “Considero deplorable la práctica de la llamada maternidad subrogada, que ofende gravemente la dignidad de la mujer y del niño, y se basa en la explotación de la situación de necesidad material de la madre. Un hijo es siempre un don y nunca el objeto de un contrato. Por ello, hago un llamamiento para que la comunidad internacional se comprometa a prohibir universalmente esta práctica”.

La subrogación es una de las cuestiones presentes en la declaración Dignitas infinita, un documento publicado la semana pasada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, que trata sobre la dignidad humana y su carácter inalienable. El texto, en el que el dicasterio ha trabajado durante cinco años y que ha visto la luz con ocasión del 75º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, dedica tres párrafos (nn. 48-50) a la maternidad subrogada, aclarando los motivos por los que la Iglesia se muestra contraria a esta práctica, por cuanto supone una violación de los derechos del niño y de la mujer.

Aunque la mona se vista de seda

Olivia Maurel no culpa a sus padres, y mucho menos a su madre biológica. Pero apela a los legisladores, a los responsables políticos y a los organismos internacionales para que sean más firmes, no ya en la regulación, sino en la prohibición de los vientres de alquiler, tomando la “Declaración de Casablanca” como inspiración y modelo. Y esgrime un argumento que posee un amargo peso histórico: “Sólo porque existan historias bonitas alrededor de la maternidad subrogada, esto no hace que la práctica sea más ética. En la época de la esclavitud, sin duda había hermosas historias de esclavos felices, bien vestidos y alimentados, pero ¿hace eso que la esclavitud sea legítima? No. Estoy segura de que, si se legalizara la venta de órganos, también habría grandes historias de personas salvadas gracias a la obtención de órganos provenientes de otro cuerpo. ¿Haría esto que la práctica fuera más ética? No. La maternidad subrogada no es diferente”. Y concluye: “Podemos añadir todos los adjetivos que queramos: altruistaética… pero no harán que la sustancia de la práctica sea más bella”.