
Jill Simons, pediatra, lee la declaración de Doctors Protecting Children para exigir a las grandes organizaciones médicas el fin de las terapias trans a menores. (Foto: Captura de la web del ACP)
Las terapias afirmativas para menores con diagnóstico de disforia de género (DG) fueron la norma en varios países europeos hasta hace poco. Un par de visitas al psicólogo bastaban para derivar al chico o a la chica a la consulta del endocrino. Pero luego, si la persona –ya más madura– lamentaba las modificaciones a que habían sometido su cuerpo, los médicos podían escudarse en que habían tenido su consentimiento informado como menor; en el “ay, pero tú estabas muy segura” que le soltaron a una joven gallega, cuando pidió cuentas sobre por qué le habían dejado iniciar un proceso de “reasignación de sexo”… a sus 15 años.
Que ejemplos como este fueran cada vez a más en el Viejo Continente hizo saltar las alarmas y provocó reformas. El gobierno británico encargó –a raíz de la demanda de la joven Keira Bell contra la clínica Tavistock de identidad de género– una revisión a fondo de los procedimientos de diagnóstico de DG y tratamientos a menores de edad. Vistas las graves irregularidades detectadas (recogidas en un informe por la pediatra Hillary Cass), Londres terminó reconociendo que no había pruebas de que esas terapias fueran seguras para los menores y desmanteló la mentada clínica, que los derivaba a esas terapias y a las quirúrgicas.
A la luz de estos hechos y del examen más riguroso de los estudios –defectuosos– que avalaban las terapias, otros países echaron el freno a esos protocolos de intervención temprana. En EE.UU., un grupo de estados de mayoría republicana también lo ha hecho, pero varias organizaciones médicas –de las más influyentes– siguen negándose a hacer rectificación alguna.
¿Beneficios? Cero
En una reciente declaración firmada por el Colegio Estadounidense de Pediatras (ACP), los miembros de la coalición Doctors Protecting Children (que agrupa a casi cien pediatras, psicólogos, endocrinos, cardiólogos, etc., y a decenas de instituciones) han exigido a las organizaciones pro terapias trans – la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), la Sociedad de Endocrinología y la Academia Estadounidense de Pediatría (AAP)– que se informen sobre los estudios que muestran los efectos negativos de dichas terapias en menores de edad y que observen el cambio de postura de las autoridades de salud de varios países europeos.
Son numerosos los hallazgos en este sentido. Para empezar, los firmantes señalan que las investigaciones no muestran que de la transición social (la identificación pública del menor como una persona del sexo contrario) se derive beneficio alguno en la salud mental. Lo que sí se constata es que aquellos que han transicionado en la niñez “tienen más probabilidades” de que se les coloque en el sendero de los tratamientos hormonales y quirúrgicos.
Además, recuerdan que la tasa de desistimiento de los menores que se identifican como del género contrario a su sexo biológico es altísima cuando superan la pubertad –del 87,8%– (Singh et al., 2021). Respecto a la etapa siguiente, la de aplicación de los bloqueadores hormonales (que, según sus promotores, “pausan” el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios durante la adolescencia), citan a Cass, que examinó un estudio de la Universidad de York, según el cual no se registró una disminución de la DG ni mayor satisfacción con su cuerpo en aquellos que recibieron bloqueadores. Por el contrario, según refiere el prospecto del Lupron (el fármaco inhibidor de la pubertad), los efectos secundarios incluyen inestabilidad emocional y empeoramiento de las enfermedades psicológicas subyacentes, a lo que se suman problemas físicos como la disminución de la densidad ósea y los dolores oculares, entre otros.
En cuanto a la fase siguiente –la aplicación de hormonas del sexo opuesto–, los firmantes citan a Laidlaw et al. (2019), que refiere la relación entre el uso de testosterona en mujeres y el uso de estrógenos en hombres como motivo de serios riesgos para la salud “a lo largo de la vida”, entre los que se incluyen las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión, los coágulos sanguíneos, los accidentes cerebrovasculares, la diabetes y el cáncer”.
“Por favor, miren a Europa”
De todos los perjuicios citados –y del que causan las posteriores cirugías genitales, al afectar permanentemente la fertilidad y la capacidad de reproducción– son conscientes los miembros de la WPATH, la “autoridad” global en temas de medicina transgénero.
Según reveló el think tank Enviromental Progress en su investigación The WPATH Files, la organización no cumple con los estándares de la medicina basada en evidencias; con mucha frecuencia los tratamientos van improvisándose sobre la marcha, y los miembros de la organización “son plenamente conscientes de que los niños y los adolescentes no pueden comprender las consecuencias de por vida de la ‘asistencia afirmativa de género’”.
Por todo ello, Doctors Protecting Children pide que las sociedades médicas americanas pongan atención a la cautela que empieza a imperar al otro lado del Atlántico. “Inglaterra, Escocia, Suecia, Dinamarca y Finlandia –señala– han reconocido las investigaciones científicas que demuestran que las intervenciones sociales, hormonales y quirúrgicas [en menores] no solo son inútiles, sino también dañinas. Por lo tanto, estos países europeos han pausado los protocolos y, en cambio, se están centrando en evaluar y tratar los problemas de salud mental subyacentes”.
Además, reclaman que se tome en cuenta un documento elaborado por la Sociedad Europea de Psiquiatría Infantil y Adolescente (ESCAP) acerca de la necesidad de “salvaguardar los estándares clínicos, científicos y éticos” en la atención a niños y niñas con DG. El texto insta a los profesionales sanitarios a no promover terapias experimentales e invasivas con efectos psicosociales no probados. Justo lo contrario a lo que propugna la WPATH.
Persistentes en el error
De momento, a pesar de que se acumulan las señales de alerta, ninguna de las instituciones favorables a las terapias trans a menores da signos de moverse un ápice de su postura. Los equivocados serían “los otros”.
Así, la Asociación Estadounidense de Psicología sostiene, en una declaración de febrero pasado, que “las prohibiciones estatales de la atención afirmativa del género [a menores de edad] son contrarias a los principios de la atención sanitaria basada en la evidencia, los derechos humanos y la justicia social”. Por su parte, la Endocrine Society ha asegurado que el Informe Cass “no contiene ninguna investigación nueva que contradiga las recomendaciones hechas en nuestra Guía de Práctica Clínica sobre la atención afirmativa”. “Nos mantenemos firmes”, añadió la entidad en un comunicado publicado en mayo.
Por su parte, la junta directiva de la Academia Estadounidense de Pediatría votó en agosto de 2023 para ratificar su política de 2018, favorable a la postura afirmativa. El vicepresidente de la institución, Mark Del Monte, dijo entonces que continuarían “asegurándoles a las personas jóvenes la asistencia reproductiva y de afirmación de género que necesitaran”.
Ante esta obstinación, la coalición Doctors Protecting Children insiste en pedir a estas organizaciones que recomienden a sus profesionales afiliados la realización de evaluaciones exhaustivas para identificar y tratar las comorbilidades psicológicas que en muchas ocasiones subyacen a la DG.
“Igualmente –concluye el grupo– animamos a los médicos miembros de estas organizaciones profesionales a que se pongan en contacto con sus dirigentes y les insten a que se adhieran a la investigación disponible en la actualidad y basada en la evidencia”.