
Un acto de culto de la Primera Iglesia Bautista de Jacksonville (Florida)/CCFbejax
Decir que el embrión que anida en el vientre de una mujer embarazada es un ser humano, dotado de derechos por el hecho de serlo –el primero de ellos, el del respeto a su vida y a su integridad–, no es materia novedosa en ámbitos católicos.
Para los miembros de la Convención Bautista del Sur de EE.UU. (SBC), que con 13 millones de fieles es la mayor de esa rama protestante en el país, probablemente tampoco sea noticia. Lo que sí parece serlo es la identificación de la fecundación in vitro (FIV) como una amenaza más a esa vida humana embrionaria. Por ello, el pasado 12 de junio, la mayor parte de los más de 10.000 delegados de esa congregación protestante, reunidos en Indianápolis, votaron a favor de una declaración en la que mataron dos pájaros de un tiro.
Primeramente, reafirmaron “el valor incondicional y el derecho a la vida de todo ser humano, incluidos aquellos en su etapa embrionaria”, y seguidamente animaron a los fieles a utilizar tecnologías reproductivas “consecuentes con tal afirmación”. Los delegados reconocieron que “rutinariamente [la FIV] genera más embriones que los que pueden ser implantados de modo seguro, de lo que resulta la continuada congelación, el almacenamiento y finalmente la destrucción” de estos. “Muchos de ellos –agrega el texto– pueden quedar sujetos a la experimentación médica”.
Los firmantes recuerdan que, debido a los procedimientos de reproducción asistida, hay hasta un millón y medio de embriones humanos congelados en todo el mundo, y que es muy alta la frecuencia en que la FIV da pie a que sean destruidos. La mencionada técnica aparece relacionada, además, “con métodos deshumanizantes de criba genética, basados en criterios de idoneidad genética y en las preferencias de los padres”.
La Convención Bautista del Sur recomienda recurrir a tratamientos de fertilidad no lesivos para con los embriones y adoptar embriones congelados para salvarlos de ser destruidos
¿Decisión de la SBC? Felicitar a las parejas bautistas que han optado u optarán por tratamientos de fertilidad no lesivos para con los embriones, y alentar, a los fieles que deseen aumentar sus familias, a que adopten embriones congelados para salvarlos de ser destruidos.
No hay una condena explícita al procedimiento, pero sí al menos un llamado de atención sobre sus frecuentes consecuencias negativas.
“No hemos pensado mucho en la FIV”
La decisión de la mayoría de los delegados de la SBC es la segunda noticia de relevancia en este tema en los últimos meses en EE.UU.
La primera la dio el Tribunal Supremo de Alabama, que en febrero sentenció que la Ley de Muerte por Negligencia de un Menor no excluye de su cobertura “a los niños que aún no han nacido”. Por mayoría de 8 contra uno, los jueces dijeron que en dicha norma se debe interpretar la expresión “menor” como “‘miembro de la especie humana no nacido o recién nacido’, desde la concepción hasta la mayoría de edad”.
El caso concreto era el de tres parejas que mantenían embriones congelados en el tanque de una clínica de fertilidad. Una paciente entró al área restringida, tomó los recipientes en que estaban y los rompió accidentalmente, tras lo cual las parejas demandaron al hospital por violación de la mencionada ley contra la negligencia. Un primer tribunal les negó la razón, por lo que apelaron al Supremo del estado, y este se la dio: la norma abarca, dijeron los magistrados, “a todos los no nacidos, sin limitación, incluidos aquellos que no están en el útero en el momento en que son destruidos”.
Es ese el criterio en el que coinciden los líderes bautistas sureños en su declaración. No se refieren al reparo moral de que la FIV disocia la concepción de la unión conyugal, pero manifiestan la disposición de transmitir a sus congregaciones información sobre la condición humana del embrión, los riesgos del proceso de FIV, el descarte de los embriones “menos aptos”, etc.
Porque no: hasta ahora no son temas que susciten en el público protestante o evangélico el mismo interés que otras cuestiones de más “pegada”, como el rapto de la Iglesia, los siete años de Gran Tribulación, la batalla de Armagedón, la puntualidad del diezmo o… el aborto quirúrgico o químico. Según reconocieron al New York Times varios líderes bautistas presentes en Indianápolis, muchos creyentes no ven relación entre la FIV y el aborto provocado, a pesar de que en ambos casos mueren seres humanos. “No es algo en lo que hayamos pensado mucho”, admitió Clint Pressley, nuevo presidente de la SBC.
Curiosamente, no es que los católicos estén tampoco muy enterados. Un sondeo del Pew Research Center, citado por el diario neoyorquino, revela que apenas el 9% de los evangélicos y el 4% de los protestantes no evangélicos anglosajones piensan que la FIV es un método negativo, mientras que así lo cree solo el 8% de los católicos. La diferencia entre ambos colectivos de fieles –no católicos y católicos– es que los últimos tienen a su disposición un sólido magisterio sobre el tema en varios documentos eclesiales, de consulta además durante los procesos de catecumenado de adultos.
En el caso de protestantes y evangélicos hay un problema de falta de información. Emma Waters, investigadora del Richard & Helen DeVos Center, señala en la web de Heritage Foundation que estos creyentes se han quedado atrás en cuestiones bioéticas. “La mayoría de las denominaciones protestantes de nuestro país aún carecen de una postura bíblicamente informada sobre la maternidad, la infertilidad y las técnicas de reproducción asistida, como la FIV o la maternidad subrogada. Y aún menos tienen una visión coherente de cómo abordar las innovaciones bioéticas del siglo XXI”.
Según un antiguo ministro de las Asambleas de Dios, los fieles no están bien informados sobre reproducción asistida porque el tema no les demanda una atención preferente
Precisamente sobre una de las prácticas mencionadas –la maternidad subrogada–, puntualiza Katy Faust en el portal evangélico Christianity Today que la motivación de los fieles y de sus pastores por la protección de la infancia también debería llevarlos a interesarse por cómo afecta esta práctica a los niños. “Sin embargo, ¿cuándo fue la última vez que Ud. escuchó a su pastor hablar de la maternidad subrogada desde el púlpito? Lo más probable es que nunca. Los protestantes carecen de orientación oficial sobre las tecnologías reproductivas”, asegura.
Por su parte, desde Missouri, Israel Matos, miembro de la denominación pentecostal Asambleas de Dios (AD) y antiguo ministro acreditado de esta, cita un documento de posicionamiento de las AD de EE.UU., que refiere: “Reprobamos cualquier procedimiento que resulte en la destrucción de embriones no implantados”.
Sin embargo, según explica a Aceprensa, la realidad es que quizás los fieles no están bien informados sobre esta postura porque el tema tampoco les demanda una atención preferente. “No creo que, amén de los problemas menos elevados y más acuciantes que enfrenta la congregación pentecostal promedio (migración ilegal, necesidad de alimento o alojamiento, falta de empleo, acceso a servicios médicos, crianza de los hijos, adoctrinamiento LGTBQ…), este asunto llegue a ocupar un lugar central en la enseñanza regular”.
Una ensalada de criterios (y para rematar, Trump)
En el tema de la FIV, como en muchos otros de moralidad en el ámbito cristiano no católico, encaja a la perfección el famoso dilema de Kissinger sobre a quién debía llamar por teléfono si quería hablar con “Europa” –no había quien pudiera hablar con propiedad por todos los países de Europa occidental–, pues tampoco hay una posición común protestante o evangélica sobre reproducción asistida.
En su artículo, Waters ilustra la diversidad del panorama con la postura de algunas de las denominaciones más prominentes en EE.UU. De una parte, estaría el Sínodo de la Iglesia Luterana de Missouri, que ofrece a sus miembros abundante información sobre estos temas y que no rechaza la FIV, pero exige que se circunscriba a parejas casadas, que los embriones se implanten exclusivamente en el útero de la madre y que no se destruya ninguno. En posición parecida se encuentran la Iglesia Anglicana de América del Norte, las AD y la Iglesia Evangélica Presbiteriana, todas opuestas a que se descarten embriones.
Otras denominaciones, en cambio, o no llegan o se pasan. La Iglesia Presbiteriana Ortodoxa, la Presbiteriana en América y la Metodista Global no han abordado oficialmente las tecnologías reproductivas, mientras que la Metodista Unida transa con todo lo que le pase por delante –“FIV, donación de embriones o esperma, maternidad subrogada y otras”, dice– con tal de que quien desee ser padre o madre logre serlo; una posición casi idéntica a la de la Presbiteriana en EE.UU. La de la Iglesia Episcopaliana es, quizás la más extrema en cuestiones reproductivas: en una de las resoluciones adoptadas en 2022, sus líderes afirman que el embarazo y el parto son eventos “peligrosos” que pueden causar discapacidad permanente e incluso la muerte a las mujeres, por lo que la denominación es partidaria del aborto sin restricciones para “preservar la salud, la independencia y la autonomía de quienes pueden tener hijos”.
¿Falta algo en esta babel evangélica sobre bioética en general? Sí: faltaba Donald Trump. Como muchos otros de sus correligionarios en el Capitolio –varios de los representantes y senadores de derechas han logrado ser padres gracias a la reproducción asistida–, el candidato republicano no le hace ascos a la FIV. A raíz del pronunciamiento del TS de Alabama sobre la protección de los embriones, el aspirante a la Casa Blanca instó en un post al Partido Republicano a ponerse “del lado del Milagro de la Vida”.
“Al igual que la GRAN MAYORÍA de los estadounidenses, incluida la GRAN MAYORÍA de republicanos, conservadores, cristianos y estadounidenses provida, apoyo firmemente la disponibilidad de la FIV para las parejas que están tratando de tener un precioso bebé”, escribió en su red Truth Social. Posteriormente hizo “un llamado a la Legislatura de Alabama para que actúe rápidamente y encuentre una solución inmediata para preservar la disponibilidad de la FIV”.
Si a la mencionada variedad de criterios entre denominaciones se le suma la facilidad con que los fieles evangélicos y protestantes cambian de congregación (el 53% lo ha hecho al menos una vez; uno de cada cuatro, por desacuerdos doctrinales y de otro tipo) y la “flexibilidad” moral que exhiben algunos que van de provida en Washington o en la política más local, se entenderá por qué muchos prefieren pasar del asunto de la FIV y otros de bioética y no concederles la atención que precisan.
Que los líderes de la Iglesia protestante más potente en EE.UU. decidan estar más atentos desde ahora es, al menos, un pequeño cambio de dirección. Y ojalá un ejemplo.