Richard Y. Rodgers. Mercatornet.
La Universidad de Harvard está considerada como la universidad más progresista de Estados Unidos y la menos favorable a la libertad de expresión. Por eso fue gratificante descubrir que no todos sus estudiantes siguen la misma senda progresista. El artículo que figura a continuación fue escrito por un estudiante de la universidad y publicado en una revista estudiantil conservadora, The Harvard Salient. En él se comenta la Semana del Sexo anual de Harvard , un evento organizado por Educación Sexual de Estudiantes de la Universidad de Harvard (SEHCS, por sus siglas en inglés). Este grupo fue nombrado “organización estudiantil del año” en 2024 por la oficina del decano de Harvard por su «liderazgo inspirador». Organiza seminarios sobre sexo y distribuye juguetes sexuales gratuitos.
En los pasillos, otrora sagrados, de la Universidad de Harvard, nos enfrentamos a un espectáculo decepcionante: el duodécimo evento anual conocido como la Semana del Sexo.
Fue desalentador ver una iniciativa supuestamente educativa que promovía una cultura que tiende hacia el exceso y alienta un inquietante desprecio por las virtudes tradicionales de la intimidad y el respeto por uno mismo.
Los debates que se desarrollaron durante la Semana del Sexo —una semana llena de exploraciones explícitas de actos sexuales desordenados y dañinos que desdibujaron la línea entre intimidad y perversión— indicaron una capitulación ante los instintos más bajos de la naturaleza humana. Tal trivialización de la intimidad, reduciendo las relaciones humanas a mero material para discusiones casuales y acciones aún más casuales, revela una inquietante pérdida de respeto por la santidad de la sexualidad humana.
El simple permiso de Harvard, si no una celebración tácita, ejemplifica un cambio cultural preocupante que reduce el acto sagrado de la intimidad a un placer transitorio, socavando el propósito divino de la conexión humana. Este movimiento no sólo separa el sexo de su papel fundacional en la sociedad, sino que también deja a los participantes a la deriva en un ciclo de indulgencia y desesperación, lo que pone de relieve una crisis de significado exacerbada por el abandono de los anclajes morales tradicionales por parte de la modernidad.
Para restaurar la integridad de nuestras comunidades, debemos rechazar esta devaluación del amor y la intimidad y abogar por un compromiso renovado con la virtud, el propósito y los valores perdurables que sustentan la dignidad y el florecimiento humanos.
En esencia, la Semana del Sexo capitaliza una tragedia más profunda: la separación del acto físico del sexo de su propósito divino. En su forma más sagrada, la unión entre el hombre y la mujer es un pacto, establecido por la ley natural e informado por la sabiduría de los siglos. Este vínculo es el fundamento de la sociedad misma, a través del cual surge y se nutre nueva vida, basada en las responsabilidades y alegrías de criar a las generaciones futuras.
Cuando la sociedad reduce el sexo a una mera satisfacción o entretenimiento, fractura la unión profunda a través de la cual dos personas se convierten en una sola carne y la separa de su realidad espiritual y su llamado superior. Este cambio no solo erosiona nuestro sentido de identidad y nuestra apreciación del poder generativo de la intimidad, sino que también disminuye nuestro valor y la capacidad de formar relaciones significativas. Al priorizar la gratificación sobre la conexión, aislamos el papel del cuerpo de la mente y el espíritu, transformando lo que debería ser un vínculo para toda la vida en un encuentro fugaz.
Más allá de la decadencia absoluta de esta celebración del libertinaje que dura una semana, hay otra preocupación: la inquietante realidad de que estos individuos —nuestros compañeros de estudios— están llenando sus vidas de placer físico y sensual en un intento equivocado de escapar del vacío que la modernidad ha dejado a su paso. Se sumergen en experiencias fugaces, intercambiando una conexión genuina por una satisfacción efímera. Peor aún, muchas personas parecen sentirse atraídas por abusos y prácticas degradantes que no sólo son degradantes, sino que también indican una preocupante obsesión por el autocastigo y una falta de respeto por sí mismas. Esta búsqueda equivocada del placer puede adormecer momentáneamente sus temores existenciales, pero en última instancia las conduce a un abismo más profundo de desesperación. Estos temores surgen de una profunda sensación de vacío, un vacío creado por la desconexión del significado y el propósito. Mientras persiguen placeres momentáneos, las atormenta la conciencia de que sus vidas carecen de significado duradero.