Traducido y adaptado al castellano por Isabel Como Canella.
El Consejo Superior de Programas (CSP) del Ministerio de Educación Nacional aprobó en Francia la educación en sexualidad desde jardín de infancia hasta el último año de la escuela por mala idea, según explica Christian Flavigny, psiquiatra infantil, psicoanalista, director de investigación del Instituto Thomas More y autor de Understanding the Transgender Phenomenon (Ellipses, 2023).
En un texto publicado el martes 5 de marzo, el CSP recomienda la educación sexual. Al hacerlo, confirma la confusión que reina en el Ministerio de Educación Nacional sobre el papel de la escuela en el desarrollo psicoafectivo del niño. La sexualidad será tratada como una asignatura más. Asimismo, se agregará un curso de lenguaje que permitiría descubrir «el lenguaje del otro», bajo el principio virtuoso de ayudar al niño y al adolescente a afirmarse con «respeto al otro». Error tras error.
Se trata de un enfoque administrativo, sin tener en cuenta que la sexualidad es ante todo un cuestionamiento existencial para el niño. La respuesta más apropiada a la pregunta ¿por qué hay dos sexos? se halla en la vida familiar: están su papá y su mamá, cuya unión tiene el poder de traer niños al mundo; mirando a sus hermanos, el menor enseguida se da cuenta de que unos son niños y otro, niñas. Su pregunta podría ser: ¿Qué fue lo que unió a mis padres, lo que les hizo querer que yo me interpusiera entre ellos como su hijo?
Sin embargo, esta pregunta podría ser adecuada para adultos jóvenes, pero no para niños. El niño quiere ser parte de la vida familiar, del vínculo filial que lo une a sus padres; desea encarnar las expectativas que trajo su llegada al mundo, distinguiéndose de los demás para afirmar la propia personalidad. Esta es la cuestión psicoafectiva de la infancia.
El CSP quiere ayudar a todos a encontrar su lugar en la sociedad.
El requisito previo para descubrir a los otros es que el niño se desarrolle con confianza. Es ante todo la relación con estos otros grandes (sus padres), que tejen un vínculo de identificación con su hijo. La vida familiar está unida por el vínculo de la igualdad; esto permite a los padres comprender a los hijos asumiendo su papel protector. Sin embargo, el niño sueña con ser mayor, lo que para él significaría más adelante convertirse en padre como hoy lo son sus padres. En cuanto a la diferencia entre sexos, tanto el niño como la niña la notan tempranamente, pero su identidad sexual se construye a partir de los padres: del hijo con el padre (transmisión de lo masculino) y de la hija con la madre (de lo femenino). Lo que el programa CSP pretende es enseñar la sexualidad, sin tener en cuenta que la vida familiar es el crisol.
La sexualidad no se puede enseñar. Es un descubrimiento madurativo y lleno de las preguntas que se hace el niño: «¿y si hubiera sido niña en lugar de niño?», «¿sería entonces más amado por ellos?». Este tipo de preguntas anima su juego y supone una auténtica meditación sobre la vida, en la que el tema crucial no es la sexualidad de los adultos, sino el amor. Esta palabra no solo se aplica tanto a las relaciones entre adultos, abriéndolos a compartir una vida sexual, sino también a las relaciones entre padres e hijos, por naturaleza desexualizadas, para respetar la maduración infantil.
Estas preguntas evocan el despertar imaginario del niño: «¿y si…?» El menor debe apropiarse de dos realidades: la de su cuerpo sexual y las expectativas de sus padres; debe conciliarlas para poder registrarse como hijo o hija. Esta conciliación es a veces difícil, como lo demuestra el desorden hoy llamado transgénero. El amor entre adultos es la emoción de redescubrir en la otra persona esa imagen de mí mismo si hubiera sido del otro sexo; la persona amada se convierte en su alter ego, en su otro yo.
El programa de educación sexual, recomendado por la CSP, traslada las preocupaciones actuales de los adultos a los niños y adolescentes. Trata de obstaculizar su maduración, incluso pretendiendo integrar el aspecto emocional y relacional; la vida colectiva no puede abordar esta intimidad sin correr el riesgo de irrumpir en ella, sobre todo porque ignora su fuente psíquica. Por tanto, este programa es un error: el de pretender gestionar lo que surge naturalmente de la vida familiar.
La sexualidad no se puede enseñar, hay que vivirla. En la infancia y en la adolescencia, esta pregunta se construye en términos de ¿qué me diferencia y qué me acerca? Un enfoque escolar respetuoso con el niño puede educarlo sobre la sexualidad como condición general para la reproducción de la vida y puede aconsejar al adolescente sobre medidas preventivas relativas al intercambio sexual. Por lo demás, corre el riesgo de obstaculizar la maduración psicológica, que es un asunto muy delicado en la infancia.