Marguerite Stern presenta su libro "Transmania" en la televisión francesa (foto: captura de Europe 1)

    Marguerite Stern presenta su libro «Transmania» en la televisión francesa (foto: captura de Europe 1)

Fuente : Famille Chrétienne. Publicado en ACEPRENSA.

Marguerite Stern era militante del grupo radical Femen y tenía 22 años cuando, un día de febrero de 2013, montó un escándalo en la catedral de Nôtre Dame de París contra el Papa Benedicto XVI y la “homofobia”, y tuvo que ser sacada a rastras. Para 2019, sin embargo, su actitud había cambiado: al día siguiente de que el monumental templo gótico ardiera accidentalmente, acudió a una iglesia y lloró.

«Durante estos años –2012-2015– lideré varias acciones contra la Iglesia católica, en particular durante una campaña a favor del matrimonio homosexual. Fue hace once años. Hoy mis creencias y mi sensibilidad han evolucionado. Quiero explicarles por qué y quiero pedir disculpas a los católicos», afirma en un comentario en la publicación francesa Famille Chrétienne.

Según explica, lleva casi cinco años expresando su oposición a la ideología transgénero, en un principio, contra la participación de mujeres trans (hombres biológicos) en categorías deportivas femeninas. «Luego profundicé en el tema y comprendí que más allá del peligro para las mujeres y los niños, el transgenerismo representa una amenaza para la civilización. El transgenerismo no crea: destruye. Aboga por la destrucción de los cuerpos […], por la abolición de las diferencias entre mujeres y hombres, por la destrucción de nuestra naturaleza innata y de la cultura que nos une. Es una pulsión de muerte y de odio a uno mismo».

En colaboración con la periodista Dora Moutot, Marguerite Stern es autora del libro Transmanía, que denuncia las consecuencias del activismo trans y que les ha valido amenazas de muerte por parte de grupos autodenominados “antifascistas”. 

Portada del libro "Transmanía".

                  Portada del libro «Transmanía»

Respecto a su propio radicalismo de antaño, Stern se pregunta si, al atacar a la religión católica, no había entrado en una lógica de autodestrucción y de odio a sí misma. «Aunque no era creyente, me bauticé, hice mi primera comunión y, sobre todo, crecí en un país cuya historia, arquitectura y moral fueron moldeadas por la Iglesia. Rechazar esto, entrar gritando en Nôtre Dame de París, era una manera de dañar una parte de Francia, es decir, una parte de mí misma. A los 22 años no me daba cuenta. Sin embargo, a mí me encantaba esta catedral. Recuerdo que al día siguiente del incendio fui a llorar a una iglesia. A veces amamos mal».

Rememora también un incidente reciente: el asesinato, a manos de un delincuente con orden de deportación no ejecutada, de la joven universitaria Philippine Le Noir de Carlan, de 19 años. Un amigo llevó a Stern al funeral, y quedó impactada.

«Ante la belleza de la catedral, los cantos, la ceremonia, me sentí parte de una gran civilización. El P. Grosjean repitió varias veces que los no creyentes estaban aquí perfectamente en su lugar. Y me dije a mí misma que nunca escucharía eso en una mezquita. Por supuesto, nada hará que Philippine regrese y nada se arreglará. Pero cuidar el reino de los vivos era realizar este último rito en torno a quien acababa de unirse al de los muertos».

«Los ritos nos unen, nos calman, a veces reparan y regulan nuestras emociones, nos anclan en el presente recordándonos lo que nos precedió. […] Muchos de nuestros ritos dependen de la Iglesia Católica, e incluso los incrédulos deberían luchar por preservarlos. Y luego hay algo más, que está más allá de nosotros: los campanarios que se elevan sobre nosotros y que adornan nuestros paisajes sonoros; la grandeza de los edificios, la maravilla de entrar a una iglesia, la belleza. Y la fe de los creyentes. Lamento haber pisoteado todo esto».