Reasignación de sexo.

En un programa de televisión sueco llamado Uppdrag granskning, se ha informado de que 13 niños que se habían sometido a tratamientos con bloqueadores hormonales para transición de género, sufrieron graves efectos adversos.

En este sentido, desde el hospital Universitario Karolinska de Estocolmo, han declarado que no van a volver a iniciar tratamientos hormonales en adolescentes transgénero, ya que, tal y como afirman, no se puede tratar a nadie si se desconoce si el tratamiento es seguro y efectivo.

En el reportaje mencionado se muestra la historia de Leo, una niña que empezó a identificarse como chico a los 10 años. Como el pequeño tenía cada vez más problemas mentales, estaba muy deprimido y se autolesionaba debido a la disforia de género que padecía. Entonces, sus padres pidieron ayuda al hospital Astrid Lindgren.  Allí comenzaron a administrarle bloqueadores de la pubertad a los 11 años. En el caso de Leo, poco después de iniciar su tratamiento, su salud mental empezó a resentirse, lo que le llevó a intentar suicidarse en numerosas ocasiones. Otro síntoma fueron los constantes dolores de espalda, y a los 15 años se le diagnosticó osteoporosis, se estancó su crecimiento y se descubrió que tenía dos vértebras deformadas. Esto se debió a que, en lugar de aplicársele el tratamiento hormonal durante el tiempo recomendado, dos años, se le aplicó durante cuatro, es decir, el doble. Para prevenir dolores, la densidad ósea del paciente debe ser monitorizada frecuentemente, pero en este caso no se hizo ningún seguimiento desde que inició su tratamiento.

Según el doctor Ricard Nergardh, endocrinólogo pediátrico que trata a niños transgénero, las hormonas que se les aplica a estos niños pueden afectarles gravemente, ya que producen castración química y pueden afectar negativamente a su salud mental, por lo que es muy recomendable informar a sus familias sobre los posibles efectos adversos.

Entre 2015 y 2020, unos 440 niños con disforia de género recibieron bloqueadores de la pubertad en Suecia. Para minimizar los riesgos, los trataron sin exceder el tiempo recomendado, dos años, ya que prolongar el tratamiento puede incrementar el riesgo de sufrir efectos secundarios.

Valoración bioética del Observatorio de Bioética y de AGABI

Tal como hemos publicado (ver, por ejemplo: https://agabi.es/2020/07/01/disforia-de-genero-en-menores-frenar-o-inhibir-la-pubertad-debe-hacerse-con-mucha-cautela/) los tratamientos tanto de bloqueo hormonal como de posterior transición de género, basados en la “masculinización hormonal” de las mujeres y la “feminización hormonal” de los varones, no están oficialmente autorizados para este fin por los organismos reguladores. Ello implica que existe una evidencia insuficiente sobre su seguridad y eficacia, a pesar de lo cual algunos grupos favorables a su generalización, los promueven desde edades tempranas -inicio de la adolescencia- y los mantienen durante largos periodos de tiempo -más de dos años- incrementando la gravedad de sus secuelas. Muchas de ellas resultan irreversibles, como la infertilidad, problemas metabólicos u óseos, o, y es lo más preocupante, disfunciones del sistema nervioso central en cerebros que aún no han completado su maduración, en los que la “tormenta hormonal” que inducen estos tratamientos pueden estar detrás de muchas de las disfunciones psíquicas constatadas en muchos adolescentes que ahora están motivando un cambio de postura radical en la aplicación y validación de estas terapias. La falta de seguridad en un tratamiento, junto a su no suficientemente probada eficacia, constituyen serios obstáculos no solo clínicos, sino también bioéticos, para su aplicación, por ser maleficentes además de afectar a niños y adolescentes con una capacidad de decisión autónoma limitada, muchas veces mal informados y, casi siempre, incapaces de evaluar correctamente las consecuencias de estas decisiones.

Debe mencionarse la necesidad de promover una reflexión basada en las evidencias al colectivo médico que promueve estas intervenciones, cuyos errores pueden perjudicar seria e irreversiblemente a personas que sufren y confían en ellos. Las ideologías, en este caso la de género, no son buenas aliadas para la recta praxis médica, que debe orientarse en todo caso hacia el bien del paciente y la sociedad.

La evidencia de resultados negativos en los procesos de transición de género, no deja de crecer, lo que debe apremiar tanto al colectivo sanitario como a los organismos reguladores a reorientar el abordaje de los procesos de disforia de género, que, lejos de pretender ser normalizados o “despatologizados”, requieren de una asistencia clínica especializada, pluridisciplinar y prolongada en el tiempo que permita a quienes la sufren superarla definitivamente.