José Manuel Crespo Iglesias. Foto: la Voz de Galicia.

José Manuel Crespo Iglesias. Foto: Gonzalo Barral.

Juan V. Lado. La Voz de Galicia

Organizado por la Asociación Gallega de Bioética (AGABI), el vicepresidente de la Asociación Gallega de Psiquiatría José Manuel Crespo Iglesias da una conferencia mañana (martes, 23 de abril) a las 19.30 horas en el Auditorio de la ONCE de A Coruña titulada «Soledad, depresión y suicidio hoy». El psiquiatra del CHUAC reflexiona sobre las enfermedades mentales y la influencia, más o menos relativa, que tienen en ellas los factores sociales y ambientales.

—¿Cuáles son los factores que más pesan en el incremento del número de suicidios?

—El factor fundamental es la enfermedad psiquiátrica, sobre todo la depresión. Todo lo demás lo rodea. Otros factores no médicos, como condiciones socioeconómicas negativas, condiciones de bajo apoyo social, soledad o red familiar deteriorada influyen. La mayor parte de las personas que han muerto por suicido habían consultado previamente con alguna fuente sanitaria: médico de cabecera, psiquiatría, urgencias o lo que fuera.

—¿Con más dinero o más gente trabajando se podrían conseguir otros resultados?

—No lo sé. No soy gestor sanitario y no tengo una solución. A mi decir que hace falta más dinero o más personal me parece una respuesta fácil. Por supuesto que cuantos más medios mejor, pero algo debe fallar cuando cuantos más medios ponemos los resultados no son siempre mejores y los recursos sanitarios que se ofertan se saturan inmediatamente. Entonces, debe haber algún factor más que igual se me escapa. Pero las enfermedades psiquiátricas necesitan de tiempo para ser valoradas, a veces de pruebas de imagen… Ahora mismo el diagnóstico depende de la entrevista y eso requiere tiempo. Y ni en las consultas de psiquiatría, ni en las de atención primaria disponemos de tiempo suficiente. A partir de ahí, los gestores y los políticos tendrán que sacar sus conclusiones: si hace falta más dinero para contratar a más gente que trabaje en sanidad o hace falta que la población tenga un acceso diferente. Yo, la verdad, no creo que haya una solución fácil.

—¿La patología en sí ha cambiado? ¿Los factores que desencadena una depresión son hoy diferentes que hace 20 años?

—Quizás la manera de expresar la depresión, de cómo se manifiestan esos síntomas puede que haya cambiado y también que la incidencia haya aumentado, pero la depresión tiene unas causas genéticas. Eso está perfectamente claro aunque no definido porque no sabemos qué genes están implicados. Los factores son parecidos a los que hablaba del suicidio: factores de estrés, estrés en la infancia, consumo de drogas o de alcohol… Es una enfermedad que tienen una incidencia constante a lo largo de todas las poblaciones (es una enfermedad universal) y también a lo largo del tiempo. ¿En épocas determinadas aumentan porque se incrementan los factores de estrés social? Eso puede ser. También aumenta porque tenemos más accesibilidad a las consultas en estos años que hace medio siglo. No solo aumenta la incidencia es que también la detectamos y la tratamos mejor.

—¿Son relevantes factores sociales y ambientales como la familia o la religión?

—Es una combinación de causas y condiciones que desencadenan la enfermedad. La familia era la célula social de soporte fundamental. En la mayoría de los casos lo sigue siendo. Que haya habido una variación en las composiciones familiares y una pérdida de la estructura anterior yo creo que sí influye. Cuanto menos estable es el apoyo más riesgo hay de perderlo y cuando se pierde más riesgo hay de enfermedad depresiva y de suicidio. La soledad y el suicidio son factores que van unidos. La religión y los valores morales no tienen la misma influencia en todas las culturas, ni en todos los países. En algunos países profesar una religión se asocia a mayor riesgo o incidencia de suicidio. Por ejemplo, en países donde las ideas religiosas están perseguidas. En nuestra cultura, la fe o la religiosidad se definía como un factor de soporte frente al suicidio. En los textos de psiquiatría se decía que el soporte familiar es un factor de protección contra el suicidio. Sentirse integrado en una comunidad supone un soporte para prevenir el suicidio.

—¿Hay diferencias sustanciales entre quien intenta suicidarse y quien finalmente lo hace?

—El intento de suicidio no siempre es un paso previo, pero la mayor parte de los suicidios consumados se observan en personas que han tenido intentos previos. Lo que pasa es que neurobiológicamente o genéticamente la predisposición al suicidio es diferente que la predisposición al intento de suicidio. Es decir, los factores genéticos que pueden incrementar el riesgo de suicidio son diferentes. Los motivos de un paciente para llegar a fallecer por suicidio son diferentes a los que pueda tener para llevar a cabo sucesivos intentos. También son epidemiológicamente diferentes. Los intentos de suicidio se aprecian más en mujeres y el suicidio consumado es mucho más prevalente entre varones, en algunos casos hasta cinco veces más. Eso es una barbaridad y una diferencia que desde el punto de vista científico-médico hay que valorar porque esto es un problema de salud que afecta a la vida y la pérdida de la vida es la principal pérdida de salud.

—¿Por qué esa diferencia tan grande?

—En psiquiatría los trastornos de ansiedad y afectivos, como la depresión, tienen una incidencia mayor en mujeres. Hay otras enfermedades psiquiátricas que no, que tienen una prevalencia homogénea, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar. Hay muy poca diferencia entre ambos sexos o la incidencia es parecida. Probablemente haya factores que identifican rasgos de personalidad o de conducta entre hombres. Factores como la impulsividad puede que sean más prevalentes en hombres y el hecho de tener un rasgo de impulsividad puede que se asocie a mayor incidencia de suicidio consumado. No lo sé. También puede que vaya paralelo al consumo de sustancias que era más prevalente entre hombres que entre mujeres. Y el consumo de alcohol, por ejemplo, aumenta el riesgo. Pero esas diferencias en última instancia yo tampoco tengo claro por qué se dan. Probablemente haya factores genéticos, personalidad… No lo sé.

—¿Cómo influye la cultura de la apariencia en la que vivimos?

—Yo lo veo como un factor estresante más que se añade a otros que había en otros momentos, como un conflicto bélico, una inestabilidad social, unas condiciones peores para determinado grupo étnico o religioso o una persecución de la mujer. En este momento, el factor de estrés es la importancia de la imagen, no la que uno tiene sobre uno mismo sino la que cree que tienen los demás sobre él. Yo creo que eso se ve en suicidios muy desgraciados de personas muy muy jóvenes, en edad adolescente, que, en situaciones de ciberbullying, de acoso online o de ridiculización en las redes sociales ha llevado al suicidio de personas de muy corta edad. Eso en otras épocas no existía. Incluso aunque hubiese la misma situación de acoso, hoy la exposición en absolutamente global. Antes las consecuencias estaban limitadas a su entorno más próximo. Hoy esos límites están borrados. Cuando alguien te acosa estás expuesto a toda la red.

—¿Qué opinión le merecen los gurús de la felicidad, parece que de salud mental puede hablar cualquiera?

—Yo creo que es un tema suficientemente serio para que haya que aplicarle un rigor y una profesionalidad exquisita. Es una preocupación que tenemos en las sociedades científicas y en las sociedades médicas. De manera recurrente abordamos ese tema en reuniones, congresos, etcétera. También reclamamos a los poderes públicos que estén alerta. Todo el bum de pseudoterapias y pseudociencia aflora desde hace pocas décadas, pero va a una velocidad absolutamente descontrolada. De verdad que no me gusta criticar a nadie, pero creo que cada uno debe dedicarse honestamente a aquello para lo que está capacitado. Nosotros somos médicos, queremos desarrollar nuestra profesión y lo mejor para los pacientes. Lo que no queremos es que sean engañados. Y cuando estás en la consulta ves que hay de todo por ahí adelante.

—Pero afecta en mayor manera a su especialidad.

—Bueno, porque es el campo de la medicina sobre el que quizás haya un conocimiento menos maduro. Cuando todavía ignoramos muchos de los factores y mecanismos de la enfermedad de nuestros pacientes, toda esa enfermedad se revela como invenciones y eso es un campo abierto a que haya ese tipo de intrusismo. Igual la influencia no es igual que en nuestra especialidad, pero desafortunadamente a mí me da la impresión de que hoy en día eso está creciendo en todo. La ciencia avanza y la sociedad retrocede. Es una contradicción, pero es la impresión que tengo de estar en contacto con otros colegas. Es como si se le perdiera el respeto a la ciencia y en concreto a las ciencias médicas. Yo creo que es fruto de una ignorancia y cuando hay poca cultura en la sociedad estas cosas entran. Y no le ceñiría solo a la medicina. Yo ya no veo la televisión, pero en las tertulias todo el mundo opina, todo el mundo tiene licencia para dar cátedra. Yo creo que es un fenómeno que afecta a la sociedad y a todas las ciencias.