Inteligencia artificial y felicidad
Ángel Guerra Sierra. Presidente de AGABI.
Felicidad y persona humana
La RAE define la felicidad como «estado de grata satisfacción espiritual y física». Dependiendo del concepto de persona humana que se tenga, así se predicará la felicidad. Si el ser humano se concibe como un conjunto de órganos, tejidos, neuronas y genes que funcionan como una máquina muy perfecta, fruto de la evolución, la felicidad consistirá en el bienestar corporal y psicológico, ligados a los niveles de dopamina, serotonina, endorfinas y oxitocina –conocidas como hormonas de la felicidad− en el cerebro.
Si, por el contrario, por persona entendemos a un ser relacional, social, comunicativo, libre, trascendente y con un valor en sí mismo que le impide convertirse y ser considerado un objeto (un «yo para un tú», un «yo para un nosotros» y un «yo para un Tú»), la clave de la felicidad y de la propia realización es darse a los otros con olvido de uno mismo.
La consecuencia de este concepto de persona humana es, en palabras del papa Francisco: «que ello no solo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir la clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas»1.
En esa misma idea insiste el cardenal Ratzinger: «únicamente a través del sufrimiento y de su capacidad para liberarse de la tiranía del egoísmo llega a conocerse el hombre: ahí reside su verdad, su alegría y su felicidad. El hombre será tanto más feliz cuanto más dispuesto esté a cargar con los abismos de la existencia y el esfuerzo que entraña. La medida de la capacidad para ser feliz depende de la cantidad de la prima desembolsada, del grado de disposición para acoger apasionadamente al ser humano. El que quiera huir de todo ello (…), el que nos enseñe que no es precisa la dureza que entraña cumplir la tarea encomendada, ni el sufrimiento paciente que supone la tensión entre el deber del hombre y su ser efectivo, vivirá recluido en un país de ensueño e ilusiones vanas, habrá perdido lo más genuino de su ser: su propio yo, pues lo más importante y decisivo para el hombre, también para su bienestar y felicidad, no es sentirse bien, sino ser bueno»2.
Inteligencia artificial (IA) y felicidad
¿Puede la inteligencia artificial medir el grado de felicidad de una persona? ¿Puede medir el de una sociedad? ¿Podría ejercer como motor de la felicidad en un individuo o en una comunidad? Para ello, lo primero que la IA debería identificar es una serie de parámetros que le sirvan de base para medir el nivel de felicidad. ¿Se puede originar un «índice de felicidad personal o colectivo» mediante gestión de Big Data? ¿Con qué indicadores? Aquí reside el problema.
Indicadores como los ingresos per cápita, la esperanza de vida saludable, el nivel de educación de un pueblo, los derechos humanos, el apoyo social y los niveles de serotonina u otras hormonas similares ya se han empleado con cierto éxito. Sin embargo, ¿cómo medir la generosidad o la esperanza? ¿Cómo el valor del sufrimiento o el amor entre las personas o la vida de relación con Dios o la resignación cristiana ante la muerte? Es posible que incluso llegue el día en se podrán generar robots que desempeñen papeles de terapeutas, consejeros o psicólogos, pero… ¿podrán tratarnos con cariño y abnegación?
La IA es capaz de reemplazar al ser humano en tareas que requieran el manejo de gran cantidad de información. También puede aportar su grano de arena para mejorar «el bienestar» de las personas en su actividad laboral, incluso más allá de reducir la carga de las tareas repetitivas y fatigosas. En ese sentido, Hitachi ya ha desarrollado un dispositivo que, mediante IA, puede medir lo que considera «niveles de felicidad» de un empleado, registrando actividades; por ejemplo, las veces que se levanta de su puesto de trabajo, la frecuencia con la que entabla conversaciones, la identificación de los compañeros con los que más cómodo o a gusto se siente, etc. En función del análisis de estos patrones, los algoritmos del software ofrecen recomendaciones sobre qué tareas le conviene realizar en momentos del día específicos, o cuándo debería hablar con cierta persona, todo ello con el objetivo de mejorar «la felicidad» del trabajador y, por ende, su rendimiento laboral. Como se ve con este ejemplo, todo se evalúa en función de variables físicas, pero el ser humano es algo más…, mucho más.
Todo lo que la IA ha logrado en la actualidad a pequeña escala, dicen los expertos, podrá ser la clave en un futuro para adaptar nuestra vida cotidiana a un entorno que mejore nuestros niveles de hormonas de la «felicidad» y así lograr que nos sintamos felices con mayor frecuencia. En otras palabras, alcanzar un bienestar o felicidad psicosomática. Sin embargo, lo repito, la persona es algo más: es un ser con espíritu. Y bienestar no es lo mismo que felicidad.
Una aproximación personalista
La aproximación personalista a la problemática de la IA —ya esbozada anteriormente— supone, en primer lugar, superar el dualismo cartesiano de la persona, que como res cogitans (la parte que piensa) se ha opuesto a la res extensa (el soma o cuerpo), lo que ha llevado a graves consecuencias, porque el ser humano se contempla entonces como un fenómeno biológico sin unidad y casi carente de significado.
La propuesta de Descartes no es una definición correcta de persona. Este filósofo hizo tabla rasa de los conocimientos sobre el tema desarrollados desde el siglo VI hasta el XVII. Tampoco es una definición correcta y realista para el personalismo, corriente filosófica que surgió principalmente en la Europa de entreguerras (siglo XX) con objeto de ofrecer una alternativa a las dos corrientes socio-culturales dominantes del momento: el individualismo y el colectivismo.
De los principales rasgos filosóficos presentes en la filosofía personalista, además de la dimensión trascendente del ser humano, interesa destacar aquí, siguiendo al profesor Burgos3, otros tres: 1ª) la corporeidad, que es una dimensión esencial de la persona humana y que, más allá del aspecto somático, posee también rasgos subjetivos singulares e intransferibles; 2ª) la voluntad y el corazón, cualidades más excelsas que la inteligencia en la persona, lo que implica una primacía de la acción y da relevancia ontológica y ética al amor; y 3ª) la sociabilidad de la persona, que es un ser eminentemente comunitario. Esta primacía de la relación con los demás (la sociedad) y con la naturaleza comporta el deber de solidaridad en la construcción del bien común y la preservación de la «casa de todos».
En definitiva, a mi entender, la IA podrá generar aparente felicidad imitando situaciones que indican, por variables cuantificables, situaciones de alegría y bienestar humanos, pero no puede (ni podrá nunca) originar auténtica felicidad en la persona ni en la sociedad humana. La IA no puede crear verdadera felicidad ni auténtico amor, ya que el amor auténtico se entiende como «ágape»; es el que solo persigue el bienestar del otro anteponiéndolo al propio, sin esperar nada a cambio, incluso aunque ese amor no sea correspondido. Es el tipo de amor más generoso e incondicional.
Puede ser que, con el tiempo, a una persona le cueste darse cuenta de que un robot carece de sentimientos porque actúa como si los tuviera, pero en esa relación no hay correspondencia biunívoca, ya que el amor discurre en un solo sentido.
¿Puede tener personalidad la IA?
Aunque la IA puede aprender muchas cosas (deep learning), lo hace a través de una interfase inorgánica compuesta de sensores artificiales (mecano-electrónicos), mientas las personas aprendemos a través de una interfase somática con cinco sentidos basados en sensores orgánicos. Por mucha «inteligencia» que adquiera un aparato gobernado con IA, su «inteligencia» será siempre diferente a la de un ser humano. Haciendo las preguntas apropiadas, o analizando y reflexionando sobre el comportamiento de un cíborg, un ser humano adulto siempre podrá identificarlo como no humano.
Es bueno preguntarse si la IA será capaz de tener intuiciones en algún momento; es decir, capacidad de entender cosas, situaciones, pensamientos o sentimientos y poder tomar decisiones al instante sin la intervención de la mente o la lógica, que es muy propio del ser humano A mi juicio, la IA nunca será capaz de tener pensamientos intuitivos, como los tienen muchos animales.
En la afamada película de ciencia ficción Ex Machina independientemente de su calidad cinematográfica y de la pulsión sexual del creador de los robots-bellas mujeres, se plantea el tema de si un cíborg (Ava, en esta película) puede tener personalidad; es decir, «desarrollar una biografía, cuya esencia es el proceso de auto-posesión de un sujeto, de su propia identidad y de su propia realidad en conexión con otras realidades, las cuales, aunque condicionan, nunca determinan por completo sus decisiones y actos, en lo que se distingue del resto de los animales»4.
En definitiva, un ser artificial, por muy “inteligente” que sea, no puede tener personalidad, entre otros motivos porque carece de conciencia de su propia individualidad, ya que ello equivaldría a tener conciencia de su propia muerte, algo no alcanzable por la tecnología.
La naturaleza o principio operaciones (sensitivas, psicológicas o espirituales) de todo ser humano no puede explicarse sin tener en cuenta su dimensión corporal. Y eso explica por qué la bella Ava de Ex Machina, a pesar de su curiosidad por el mundo exterior y su afán de supervivencia, carece de la posibilidad de amar y nunca piensa en su muerte. Es imposible concebir un ser dotado de personalidad, pero privado de un cuerpo de carne y hueso y de una voluntad capaz de domeñar tendencias temperamentales negativas para con uno mismo o para la convivencia con los demás convirtiéndolas en virtudes; es decir, capaz de esculpir su propio carácter.
Bibliografía citada
1 Francisco Papa. Laudato si’, 240.
2 Ratzinger, Josep. Cooperadores de la verdad. Rialp, 2021.
3 Burgos, Juan Manuel. Introducción al personalismo. Biblioteca Palabra, 2012
4 Zubiri, Xavier. Sobre el hombre. Alianza, 1986.