Adaptación al castellano por Isabel Coma Canella.
La mayoría de los países están entrando en una era de envejecimiento y descenso de la población. Cada vez hay menos bebés y más ancianos. Según Shamil Ismail, sudafricano analista de inversiones, el futuro parece muy sombrío. En su libro The Age of Decay: How Aging and Shrinking Populations could Usher in the Decline of Civilization (La era de la decadencia: Cómo el envejecimiento y la disminución de las poblaciones podría conducir al deterioro de la civilización) esboza escenarios ante los cuales nuestros políticos apartan la vista. Predice que recordaremos con nostalgia los años comprendidos entre 1990 y 2020 como la «Edad de Oro de la Prosperidad».
Sus cálculos son sencillos. Si las tasas de fecundidad mundiales siguen cayendo, habrá escasez masiva de mano de obra en todas partes, excepto en África subsahariana. Como la infraestructura de las economías modernas depende de ejércitos de trabajadores invisibles, sin ellos se desmorona. Debemos olvidar los robots y la inteligencia artificial, porque no pueden arreglar las fugas de agua, ni mantener los ascensores de los edificios altos, ni arreglar una instalación eléctrica, ni realizar otras tareas que requieren habilidades físicas o capacidad de enfrentar situaciones impredecibles.
La pandemia de Covid fue el tenue anticipo de un mundo que envejece. Entonces comprendimos hasta qué punto nuestras sociedades dependen de trabajadores esenciales. El mundo puede sobrevivir sin abogados, floristas o profesores de francés medieval, pero no sin enfermeros, camioneros, cocineros de residencias de ancianos, fontaneros, electricistas y albañiles. Los empleos que requieren un alto nivel intelectual son importantes, pero el Covid nos recordó que la sociedad necesita un mínimo de trabajadores esenciales para funcionar.
La mayoría de las predicciones sobre un futuro de baja fecundidad se centra en la tasa de dependencia, es decir, el número de trabajadores necesarios para mantener a niños y ancianos. En 1990 la proporción aproximada era de 4 a 1 en Europa, EE.UU. y Canadá, pero desde entonces ha ido disminuyendo. Por debajo de 2 a 1 empieza a aumentar la proporción de trabajadores esenciales. Cuando el número de estos sea igual al de ancianos, se necesitará el 45% de la mano de obra en servicios esenciales para que la sociedad funcione. Las infraestructuras son difíciles de reducir y hay que mantener redes enteras independientemente del número de personas a las que preste servicio. No se podrán reducir muchos servicios esenciales. La innovación se ralentizará drásticamente mientras la sociedad lucha por mantener encendidas las luces de un hogar o de un pueblo.
Notaremos los efectos de una tasa de natalidad demasiado baja cuando la proporción de trabajadores por persona de edad avanzada caiga por debajo de 2,0, no cuando la tasa de fertilidad (llamada tasa de reemplazo) caiga por debajo de 2,1.
¿De dónde vamos a sacar esos trabajadores esenciales? Ismail señala que es poco probable que la generación z acepte el reto con entusiasmo. Les falta resiliencia y tienen demasiados estudios para dedicarse a arreglar los baches de una carretera o conducir furgonetas de reparto.
Esto ocurrirá en todo el mundo. Según su análisis, siete países (Japón, Corea del Sur, España, Italia, Grecia, Portugal y Alemania) pueden llegar a tener un déficit de mano de obra de unos 7 millones en 2040 y catorce países tendrán el déficit de unos 20 millones en 2050. La respuesta esperada a este inquietante escenario es que países como Estados Unidos, Australia o Reino Unido abran sus puertas a más inmigrantes.
Aparte de los trastornos sociales y políticos que esto podría provocar de inmediato, no funcionará a largo plazo. Los emigrantes cualificados no vendrán. En un mundo globalizado, a medida que más países experimenten escasez de mano de obra, el poder de negociación pasará a los propios trabajadores inmigrantes. Ahora los países ricos están limitando los niveles de inmigración, pero en el futuro puede que tengan que ofrecer grandes beneficios —como una vía rápida para conseguir la ciudadanía y la reagrupación familiar— para convencer a los trabajadores de que emigren.
Aunque Estados Unidos se pueda permitir una mano de obra inmigrante cara, ¿qué hay de un país pequeño y pobre como Albania? Su tasa de fertilidad es inferior a la de Estados Unidos. En 2100, «los trabajadores extranjeros que necesitará Albania representarán el 16% de su población total, pero ¿cómo se las arreglará cuando necesite un 38%?
Ismail pinta un panorama desolador de la vida después del año 2050. Imagina a Eva, viuda con un hijo soltero y emancipado. Eva vive en el séptimo piso de un bloque de viviendas con goteras. El ascensor no funciona porque no hay nadie que lo mantenga. Con tantas escaleras, hacer la compra se ha convertido en un calvario. En cualquier caso, las estanterías de los comercios suelen estar vacías porque faltan camioneros para transportar los víveres. Las calles están llenas de baches porque el Ayuntamiento se ha quedado sin dinero. Las pequeñas tiendas han cerrado por falta de clientela. Estamos entrando, dice, en «la era de la decadencia».
Esta historia tiene un lado positivo. Para África representa una oportunidad de oro. «El siglo XXII será una época apasionante para África y es muy posible que llegue a conocerse como el “Siglo Africano”. Este título no se conseguirá mediante la explotación de los abundantes recursos minerales del continente, sino por el potencial latente que encierra su inmensa reserva de recursos humanos», escribe Ismail
A diferencia de otras regiones, el gasto de los consumidores africanos podría dispararse y multiplicarse casi por cuatro a finales de siglo. Esto se debe principalmente a que la población africana aumentará de 1.300 millones en 2020 a 3.900 millones en 2100, y una gran parte de esa población estará en edad de trabajar, el «punto dulce» para el gasto de consumo. Esta es otra razón por la que el continente africano está llamado a desempeñar un papel tan fundamental en la economía mundial durante los próximos dos siglos
¿Qué se puede hacer para detener esta caída en el fango del abatimiento? La terrible realidad es que nadie lo sabe. Ismail enumera los incentivos pro-natalistas que los gobiernos han puesto en marcha para aumentar las tasas de natalidad: fecundación in vitro subvencionada, baja maternal, baja paternal, congelación de óvulos, guarderías subvencionadas, trabajo desde casa… Ninguno de ellos ha funcionado.
Nicholas Eberstadt, uno de los demógrafos más importantes de Estados Unidos, acaba de publicar en Foreign Affairs su propio estudio sobre un mundo en proceso de despoblación. Llega más o menos a la misma conclusión: «La despoblación transformará profundamente a la humanidad, probablemente de diversas maneras que las sociedades no han empezado a considerar y que quizá aún no estén en condiciones de comprender».
La explicación que da Eberstadt a la muerte por baja natalidad es psicológica, no económica ni social. Señala que, por primera vez en la historia, actualmente las mujeres pueden tener tantos hijos como quieran, y parece que sólo quieren uno o dos. Ahora la gente puede llevar una vida muy distinta de la que llevaron sus padres. Las creencias religiosas —que generalmente fomentan el matrimonio y celebran la crianza de los hijos— parecen estar en declive en muchas regiones donde las tasas de natalidad se están desplomando. Por el contrario, ahora se valora cada vez más la autonomía, la autorrealización y la comodidad. Y los niños, a pesar de sus muchas alegrías, son la quintaesencia de los inconvenientes.
¿Contienen estas palabras de Eberstadt el germen de una solución? Si las mujeres de todo el mundo están bebiendo el Kool-Aid (refresco preparado diluyendo polvo de diferentes sabores en agua) de la autonomía o del «individualismo expresivo» , ¿qué pasaría si bebieran algo con más vitaminas? ¿Y si se produjera un renacimiento religioso que restara atractivo a la falta de hijos y a las familias pequeñas? ¿Es esto imposible?
Tal vez no. Las ideas tienen consecuencias. La falta de hijos conduce literalmente al nihilismo, a la nada. Como muestra Ismail, las consecuencias de una fertilidad muy baja son destructivas. Si está en lo cierto, a medida que los Millennials y la Generación Z envejezcan, tendrán que aceptar niveles de vida mucho más bajos, una atención sanitaria más deficiente, cambios sociales drásticos y trabajos poco gratificantes.
Pero ¿alguien aceptará vivir sin compañía en el séptimo piso de un bloque de pisos en decadencia? Los seres humanos son ingeniosos y resistentes. En 2050, la idea de que los bebés son el recurso por excelencia será indiscutible y formará parte de la sabiduría convencional. Probablemente las generaciones venideras creerán que casarse y tener una familia numerosa son las trayectorias vitales más gratificantes. Las parejas se casarán más jóvenes. No habrá necesidad de prohibir el aborto; simplemente desaparecerá como una opción de vida aceptable. Todos los niños, todos y cada uno de ellos, serán deseados. La anticoncepción será tabú. En su lugar, buscarán una filosofía de vida que apoye a las familias y a los niños. Para la mayoría de los occidentales, eso será el cristianismo.